Territorio Comanche es el retrato de las meditaciones más íntimas del hombre. Arturo Pérez-Reverte no recurre a frases artificiosas como sucede en sus anteriores novelas, sino que así intenta explicarnos el carácter de nuestra relación con el mundo y el modo como éste influye a través de experiencias en la conformación de nuestros pensamientos.
Cuando nos acercamos técnicamente a la literatura moderna, podemos vislumbrar algunos aspectos que caracterizan individuales procesos mentales. Es decir, se trata de un ejercicio auténtico de reconocimiento de lo humano, de la estrictamente espiritual pero, al mismo tiempo que nos asomamos a ese horizonte de la singularidad, vislumbramos lo universal. La literatura hermana de este modo, el estado de lo ciertamente propio con lo puramente ajeno a nosotros y reconforma la continuidad entre un evento y otro.
Técnicas como el flujo de la memoria no sólo estudian dichos aspectos, sino que universalizan la situación más íntima porque establecen los desconocidos nexos con el mundo que nos rodea al mismo tiempo que nos afecta y delimita. Tal situación no podía pasar desapercibida por sus mismos protagonistas, desde luego; más bien, constatamos en este ejercicio casi psiquiátrico en que devino la literatura desde principios del siglo XX que la experiencia humana se empozaba en el mismo subconsciente y desde allí revolvía nuestros actos y haciéndolos de un orden aún por descifrar.
Precisamente, una de aquellas técnicas responsables de nuestra pérdida de fe en los valores por una parte y, por otro, de nuestro pavor ante la desnudez de nuestro propio ser, es el fluir libre de la conciencia, que es la reconstrucción de los diferentes rostros de una circunstancia comparadas con otras cuyas relaciones no nos son muy claras. De esto se desprende que muchas veces, las asociaciones entre un hecho y otro nos parezcan más caprichosas que posibles y entonces, el arte parece más un juego que un modo de conocimiento.
Territorio Comanche es una novela que no sólo rescata esa técnica, sino que la convierte en el sustento pleno de su narración. La experiencia muy real de la guerra entre servios y bosnios, es el momento preciso que desencadena una serie de ideas y pensamientos libres de toda atadura respecto de la situación humana en general. Pérez Reverte logra retratos nítidos de ese terrible y nada compasivo juego de ternura atroz para con el mundo rodeante. Pero esa misma ternura la encontramos en el muy concreto acto periodístico que en sí mismo envuelve el riesgo y la aventura, por lo que también es una historia de reporteros con sus cabezas en juego; así, su contexto adquiere una fuerza poderosa que termina envolviéndonos bajo la forma de un breve relato.
En las cercanías del puente de Bjelo Polje, Márquez enfoca su lente sobre la nariz de un joven croata, alcanzado por un mortero, que ahora yace muerto sin que nadie más se acerque, salvo este reportero español que al mismo tiempo que realiza un acto tan rutinario como mecánico, medita largamente sobre la quietud de la muestra. Poco más lejos, Barlés, su compañero, advierte el grotesco detalle de que aquel muerto conservaba su nariz. Ciertamente, era muy diferente a otros, los morteros terminan llevándose esos detalles inservibles como suelen serlo las narices. Ambos sin embargo, también sienten que es necesario apresurarse porque el puente podría volar en cualquier momento.
En estas brevísimas líneas., sintetizamos lo más importante de Territorio Comanche, los aspectos más sórdidos que constituyen el leitmotiv del discurso y que suele manifestarse de este modo, casi goyesco y en muchos puntos de un modo sorprendente y espeluznante. La misión del literato está diseñada de ese modo: su compromiso es con la verdad, pero no sólo con lo tangible sino también con lo sensible, cuya determinación es más importante en el giro temático de la novela.
Si bien no se trata de una novela autobiográfica, existen ciertas referencias a la labor que el mismo Pérez-Reverte realizó tal como Barlés y Márquez durante 23 años, antes de dedicarse plenamente a la literatura. Sin embargo, mucho del viejo estilo de los reportajes puede rastrearse como propio de aquellas épocas, en que suponemos que existía cierta premura por narrar situaciones objetivamente. Si bien esa mirada objetiva ha virado hacia otra más integral, el tono del relato sigue siendo el mismo, despreocupado, desenfadado y hasta se percibe cierta libertad por parte de los protagonistas.
Desde luego se trata de una libertad ficticia pero que en muchos aspectos refleja esos espacios de libertad que nos presentan o revelan muchas veces nuestros propios pensamientos. Si hay algo que resulta extremadamente meritorio de esta novela es la constante relación con la realidad que se exhibe y la interrelación entre las experiencias que se suceden y las que se reviven explicándose a sí mismas cada vez con mayor fuerza y nitidez.
Estos valores hacen de Territorio Comanche un referente del estilo moderno de la prosa actual que significa en la narrativa de ficción la introducción del método periodístico que en modo alguno invalida la propuesta artística del autor, sino que al contrario, refuerza la idea de que el arte no constituye una esfera distinta y liberada de la realidad sino que se corresponde con ella de modo totalizante y es gracias a ese nexo que se alcanzan los más altos niveles de interpretación del cosmos. Sería excesivo declarar que Arturo Pérez-Reverte es el nuevo resultado de la tendencia literaria más cercana a la labor periodística.
Sin embargo, podríamos destacar que en sus novelas ha sabido conjugar la sensibilidad con la faena descriptiva que supone un reportaje; sin embargo, lo mejor de todo es que no busca la vieja antinomia entre el arte y la ida, y la confronta para aceptar una de las partes, sino que realiza una de las alianzas más difíciles e imposibles de pensar antes del siglo XX –esta es la genealogía de Pérez Reverte-; la que se produce entre la mejor literatura y la más cruda realidad.