MOSCAS EN LA SALA

Imagen: Lenny Carnam



Y sus gestos extraños decían mucho más que cualquier palabra de las que alcanzaba a pronunciar. Por cierto que pronunció muchas, gritó otras, pero todo lo decía su semblante, los ademanes de los volantes brazos, su mirada iracunda y una ironía que se patentaba en cada guiño cómplice que lanzaba hacia un divertido observador.

¿Es el día 79? ¡Qué importa! Ya van suficientes días de iniciado el juicio a Fujimori que uno pierde la cuenta. Pero ese día era distinto. Quiero decir, no es de todos los días juzgar a un ex presidente. Y menos el que éste sea confrontado con su ex asesor. Vladimiro Montesinos se presentó temprano en la sala luciendo sus viejos atributos de poder. Un terno oscuro elegante, una corbata azul labrado con detalles grises y un pañuelo de seda. Al verlo, uno recordaba aquellos videos en que aparecía guiando las conciencias de cuatro gatos techeros que movían la colita de izquierda a derecha, en círculos. Como fuera. ¿Te gusta? ¿Me muevo bien?

Y los tiempos parecían volver; mas, cuando se le ordenaba prestarse a declarar, todos volvimos a la realidad presente. Sí, era un testigo más, otro procesado cuyas declaraciones servirían de fundamento a la fiscalía para probar sus vínculos delictivos con el actor principal de esta trama. Pero, ¿qué diablos digo? Si el protagonista siempre fue él. Tras bambalinas o en el proscenio.

Se sentó en el banquillo a declarar. Cierta inquietud en el ambiente coqueteaba con la sorpresa, pero Montesinos mantenía su altiva pose. ¿Será este mi mejor ángulo? Nada parecía distraerlo de su maquinación interior.

Sorpresivamente, no estaba el fiscal Avelino Guillén. Su reemplazo fue Peláez. Yo me pregunto, ¿quién fue el genio que en el Poder Judicial se permite dar esas ventajas a la cada vez menos alicaída defensa de la corrupción? Es decir, no es necesario ser extremadamente versado en estos asuntos para darse cuenta que el fiscal presente no era el más idóneo para tratar con semejante testigo. Montesinos hizo lo que hizo como diestro titiritero con el fiscal Peláez hasta decir basta. Pero no nos apuremos. Mejor hagamos un listado top ten de lo dicho en la sesión 79 del megajuicio, como han dado en llamar los huachafos.

Primero fue eso de señor, precíseme el espacio temporal para responder a esa pregunta, sobre su participación en el ejército, reiterando su petición en tonos cada vez más altos. Cuando faltaba poco para que diera el do sobreagudo, el juez se avino a suplicar al interrogado que mantuviera la compostura.

¿Así que no vas a responder por nada de lo ocurrido antes de 1991 ni después de 1992? Habrá que ser chistoso para pretender tal cosa. ¿Qué? ¡Señor Juez, por favor, declare improcedente el pedido! ¡Señor Fiscal, no se haga el cojudo que así lo verá ahora todo el mundo! Continuemos ¿Así que Máximo San Román, el pobre bruto, era el cocinero y el sirviente de Fujimori? ¿Y que hasta en eso se equivocaba? La algarabía dominaba a los televidentes. Me ganó a mí también, lo admito.

Pero esto, que no pasa sino por entrada para un anecdotario, no es lo más importante del juicio. En éstos, lo importante es la náusea, la repulsión que uno puede sentir frente a la argumentación de los delincuentes. Sí, esas mismas arcadas que nos recorren el espíritu cuando escuchamos a alguien afirmar que se pueden cometer delitos en nombre de las razones de Estado. Eso, además de la limpia que hizo sobre la honra mancillada del buen ex presidente quien, en agradecimiento, le regaló una linda cerradita de ojo. Después de un besito volado, cerró su participación con la firme determinación de no volver a declarar. Quedaron moscas en la sala. No todas retornaron a su plácida basura.

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