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COMERCIO DE CARNE ENTRE AVENIDAS Y ACERAS
Sábado 11:37 p.m. del 2008.
¿Puedes convertir tu cuerpo en mercancía? Esta interrogante me lleva a reflexionar sobre el valor de nuestros ideales y límites.
Acompañado del frío, transito a la altura de la cuadra dos de la avenida César Vallejo y observo el paso ligero de una muchacha que, apenas y terminaba de bajar de un taxi, presta atención a otro potencial cliente; se acerca a la ventana del copiloto y, luego de pactar un precio justo, aborda un viejo auto Toyota Corola marrón que inicia su recorrido fúnebre para perderse entre la penumbra de la noche.
11:40 p.m. Doy un par de pasos y vuelvo a corregir mi camino. Me encuentro frente al ex Cine Sagitario. Las bocinas de los autos recitan su sexta sinfonía dentro de esta jungla de fantasmas. Cauteloso continúo a paso firme hacia mi objetivo: visitar a Julio César, mi mejor amigo.
Minutos después la armonía se rompe. Una joven se me acerca con firmeza, parece no importarle si soy o no de por ahí, en una fracción de segundos me analiza y, luego de percatarse de mi flexible actitud, me lanza el piropo de rigor: “¡Papacito qué lindo estás!”, sonrío, confieso que me encontraba nervioso.
“¡Hola, qué tal!” -atiné a contestar- “Estoy de pasada por acá, me dirijo a la casa de un amigo”, sentencié. La muchacha no titubeó e inmediatamente dio media vuelta sin decir ni una palabra más. Pude darme cuenta que a pesar del maquillaje chocarrero, aquella joven no superaba los 17 años. Agaché la mirada y mi mente se puso completamente en blanco. Casi por inercia caminé la última cuadra hasta llegar a mi objetivo.
Al encontrarme con mi amigo le comenté lo sucedido; él se sorprendió ya que como buen vecino sabe que esas muchachas -“las de la esquina del Banco”- reconocen fácilmente a los que viven por esa zona. “Sin duda esa jovencita es nueva”, expresó.
Luego de cuarenta minutos de plática ambos quedamos con el sabor amargo entre los labios. Hablar de prostitución, en especial de menores, es ir minando nuestra mente hasta llegar a concluir caóticamente que nuestra especie es la única capaz de denigrarse así misma a causa del dinero, ya sea para mantener un hogar, pagar los estudios o custodiar vicios.
Julio César, quien cursa el séptimo ciclo de leyes, me explicó: “El Perú es un país con un alarmante índice de crecimiento en prostitución infantil y turismo sexual. Y a pesar que hace algunos meses en el Congreso de la República se analizaba la prohibición de avisos sexuales y pornografía en medios de comunicación masiva, nada parece resolverse”.
Y no estaba equivocado, en el mes de mayo el defensor de la proposición, el congresista Yonhy Lescano, la sustentó al aseverar que esta norma es necesaria ya que se busca proteger la dignidad de la mujer, la protección de los menores y prohibir la difusión de anuncios que hieren la susceptibilidad de las personas, "y que presentan a seres humanos como si fueran objetos en venta, rebajando su condición a simple mercadería". Confieso que de un tiempo a esta parte no sé más de dicha propuesta. Todo quedó en nada como siempre.
Comprendo el reclamo del congresista Lescano, pese a ello, nuestro marco legal cae en serias contradicciones ya que el Estado no prohíbe la prostitución y sólo castiga el proxenetismo. Entonces ¿Cómo puede ser delito conducir algo que no es punible? Sin dudas estamos en el Perú.
Luego de ensayar esta interrogante, me di el gusto de molestar a mi buen amigo por unos minutos más. Quería saber su posición frente a esta problemática social.
“Ya no jodas Franco, veo a diario a estas chiquillas. Algunas inhalan terocal teniendo el estómago vacío y otras evacuan en donde les gane la necesidad. Sinceramente me preocupa el qué será cuando el cuerpo se les acabe. Cómo irán a terminar”, confesó.
Pasada la 13:00 de la mañana, Julio César me pidió observar la esquina y fijarme nuevamente, pero esta vez prestar atención en los detalles. Al parecer había temas de fondo mucho más allá de mi irresuelta visión.
“Sospecho que no te diste tiempo para mirarlas por más de un par de minutos”, dijo a modo de pregunta. “Tienes razón”, respondí. A los pocos segundos otro taxi color amarillo se estacionó frente al grupo de jóvenes. Inmediatamente tres de ellas salieron al arribo; regatearon la tarifa. Sólo una regresó a la esquina.
Y así fueron pasando los minutos; decenas de taxis amarillos pasaban por la avenida. En la mayoría de ocasiones los conductores pasaban a velocidad lenta para mirar al grupo de chiquillas; más de uno vociferaba algún improperio el cual era devuelto de forma inmediata, casi instintivamente. Las carcajadas se sumaron a la sexta sinfonía de la noche.
“Viste” -preguntó Julio- “Sí, seguro”, alegué. Julio César elevó su mirada al cielo y luego de respirar hondo me dijo:
“Acá la mayoría de clientes son taxistas, muchos con mujeres e hijos esperando en casa. ¿Cuántas de estas muchachas tendrán el VIH? Es asqueroso pensar en toda esta mierda. Prostitutas niñas y sin condón. Ese es el nuevo paradigma que los hombres desean de las prostitutas”.
Mi amigo nuevamente tenía toda la razón, hace poco leí en un blog que en un informe realizado por la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituida (APRAMP) “los gustos han cambiado; el perfil del actual usuario de la prostitución es el de un hombre de 30 años, que carece de la información necesaria sobre los riesgos a contraer enfermedades de transmisión sexual. Otro preocupante dato es que prefieren mujeres muy jóvenes, con looks adolescente, casi infantil”. Todo esto alegando a un deseo de vivir ‘nuevas experiencias’.
Luego del comentario de Julio, el contexto se tornó escabroso. Ambos guardamos silencio por varios minutos.
Nuestra amena charla se convirtió en una noche melancólica en que los balances duelen: nada de dinero y poco de que sonreír. Aproveché el momento para encender un cigarrillo y divisar entre la neblina al viejo Toyota Corola marrón. La joven, que hacía poco distinguí caminar a paso ligero, se disponía a bajar del auto de su improvisado amante. Fue la aspirada de nicotina más lenta de mi vida.
Entonces me rendí. Es vergonzoso reconocer que nuestra sociedad muestra una gran demanda respecto a la prostitución de menores de edad. Este problema causa conmoción en los ciudadanos, sin embargo, hay quienes no son conscientes que la explotación sexual de menores es un problema social que evidencia serias erosiones en nuestro sentido profundo del ser y de la dignidad del prójimo. La prostitución infantil es un acto traumático que a largo plazo trae secuelas nefastas en estos jóvenes quienes viven un padecimiento interminable, mientras sus ‘demandantes’ no entienden si quiera los viscerales motivos que arrastran a este oficio a cientos de menores.
Muchos sábados pasarán por nuestra ciudad. Trujillo se ha convertido en un verdadero lugar de intercambio. ‘Ofertantes’ y ‘demandantes’ están prestos a tranzas y cerrar acuerdos. La novedad de las grandes cadenas de tiendas, los lugares nocturnos y los restaurantes han acelerado el andar de nuestra ciudad. Quizá el próximo sábado numerosos jóvenes vayan a divertirse a una discoteca, algunos otros estarán echados en cama viendo la película del fin de semana, otros, como Julio y yo, aprovecharan la fría noche para charlar de su genuina cotidianeidad.
Todo seguirá su reglamentario acorde; sin embargo, en el cruce de las avenidas César Vallejo con José M. Eguren, esquina del Banco de Crédito, un grupo de jovencitas que apenas y superan los 16 años son parte de este mercado desnaturalizado llamado prostitución.
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