Viernes 23 de mayo y 9:45 p.m. Por alguna razón o maldición de qué gitana despechada, no encuentro por ningún lado mi tarjeta Premium. La vendedora de boletos se impacienta un poco, pero me sonríe. Busco en todos los bolsillos. La gente se desespera al ver que ni compro ni me voy. ¡Dios! ¡Espérense! Al final pago mi entrada de mortal común sin acumular ni un maldito punto.
Aún así, luego de eso y ya más sonriente, noto que la expectativa en general es grande. La gente comenta. He visto el trailer, está pajaza. El Indy debe estar hecho una basura, está recontraviejo. Spielberg tiene una concepción funcional-estructuralista de los elementos constitutivos de la imagen. Floro de emos. Los comentarios vuelan como bombas molotov en marcha de la CGTP, pero no así los minutos. La espera se hace más larga y me termino la gaseosa de pura ansiedad.
Diez y media –había llegado demasiado tarde para la anterior función. Una pareja logra pasar a la sala. Los sigo con mi media porción de pop corn, según el huachafo argot cinéfilo, e ingreso. La sala oscura. Los comentarios, como los murciélagos, prefieren esta negrura para darse a conocer. Dicen que hay escenas ambientabas en el Perú. Nazca. ¿Qué diablos será eso de la calavera de cristal? ¿Un nuevo incentivo al turismo? ¿Un aliciente para la inversión minera?
Lo que sigue es el bombardeo de trailers y publicidad que alarga todo unos quince minutos. Me como algo de la canchita que queda y observo a la gente a mi alrededor. ¿Sabrán algo de Nazca? Hace unos años conocí a alguien que compró un Tumi de plástico revestido en una capa pedregosa. Le habían dicho que era full Nazca. ¡Eh! Comienza. De nuevo ese soundtrack pegajoso e inconfundible. Todo está bien hasta que… ¡Oh! ¡Oh! ¡Indiana Jones está más viejo que los calzones de mi abuela! Esas cosas que brotan de su pecho… ¿son canas? Un poco gordo por aquí, un poco aguado por acá. Miro a la pareja de hace rato. Están agarrando. Me sentí un poco solo. O sea, solo y viendo a un viejo dando saltos que en realidad no puede hacer. ¿La magia de Hollywood? –sí la misma que volvió actores a Stallone y a Segal. Había muerto un mito. Otro más.
Pero, finalmente, la película está ambientada en 1957, y ni aún en esa época, Indiana debía ser muy joven que digamos. Si lo vemos treintón, si es que no más, chancando nazis en las otras sagas es comprensible y coherente que en plena Guerra Fría Indy se vea con los rezagos de un colesterol no controlado. La película sigue. Qué rica Cate Blanchett, aunque sea la mala. Aunque mejor está Mutt. Ya, ya, es Shia laBeouf -¿en qué otra película lo he visto?
Hay algo escalofriante en todo esto. ¿Qué hacen los mayas del otro lado del Amazonas? ¿Ésa es arena movediza? ¡Cuidado con las hormigas come hombres! Ni me acordé de la Calavera de Cristal; me fijo más bien en todas las sandeces esas. Indy es arquélogo. Pareciera que viajamos por la mente de Oxley, el ex-colaborador loco. Las imprecisiones son brutales. Ahora, encima de solo y asqueado, me siento burlado.
Pero hay más. ¡Volvió Marion! Sí, la chica simpaticona y delgada de antaño que salió en En Busca del Arca Perdida. Y lo mejor (¿?) es que se trata de la actriz original.
¡Mucha vaina! Soviéticos con afán de dominio, gringos paranoicos, agentes dobles, triples, un loco, tres locas más y una calavera que habla y sabe más que el arqueólogo que piensa que las líneas de Nazca son mapas. Creo que Alan debería incentivar el turismo, porque a nivel mundial existe una ignorancia terrible sobre nuestro país. Como cuando Indy llega al ¡Aeropuerto de Nazca! Con gallinas, mismo aeródromo de narcos chicanos y con un fondito musical ¡mexicano! La mejor es está: Indiana y su improvisada pandilla llega a un mercado. Ven los letreros peruanazos que dicen “Papa yungay, guán luca el kilo”.
-¿Qué idioma es este, guachín?
-Es quechua (¡!) Lo aprendí porque luché al lado de Pancho Villa (pronúnciese ‘vila’).
Ah, ya.
La película termina. Krushev en retirada y Marion e Indiana casados. Créditos. Me voy asao’.
Aún así, luego de eso y ya más sonriente, noto que la expectativa en general es grande. La gente comenta. He visto el trailer, está pajaza. El Indy debe estar hecho una basura, está recontraviejo. Spielberg tiene una concepción funcional-estructuralista de los elementos constitutivos de la imagen. Floro de emos. Los comentarios vuelan como bombas molotov en marcha de la CGTP, pero no así los minutos. La espera se hace más larga y me termino la gaseosa de pura ansiedad.
Diez y media –había llegado demasiado tarde para la anterior función. Una pareja logra pasar a la sala. Los sigo con mi media porción de pop corn, según el huachafo argot cinéfilo, e ingreso. La sala oscura. Los comentarios, como los murciélagos, prefieren esta negrura para darse a conocer. Dicen que hay escenas ambientabas en el Perú. Nazca. ¿Qué diablos será eso de la calavera de cristal? ¿Un nuevo incentivo al turismo? ¿Un aliciente para la inversión minera?
Lo que sigue es el bombardeo de trailers y publicidad que alarga todo unos quince minutos. Me como algo de la canchita que queda y observo a la gente a mi alrededor. ¿Sabrán algo de Nazca? Hace unos años conocí a alguien que compró un Tumi de plástico revestido en una capa pedregosa. Le habían dicho que era full Nazca. ¡Eh! Comienza. De nuevo ese soundtrack pegajoso e inconfundible. Todo está bien hasta que… ¡Oh! ¡Oh! ¡Indiana Jones está más viejo que los calzones de mi abuela! Esas cosas que brotan de su pecho… ¿son canas? Un poco gordo por aquí, un poco aguado por acá. Miro a la pareja de hace rato. Están agarrando. Me sentí un poco solo. O sea, solo y viendo a un viejo dando saltos que en realidad no puede hacer. ¿La magia de Hollywood? –sí la misma que volvió actores a Stallone y a Segal. Había muerto un mito. Otro más.
Pero, finalmente, la película está ambientada en 1957, y ni aún en esa época, Indiana debía ser muy joven que digamos. Si lo vemos treintón, si es que no más, chancando nazis en las otras sagas es comprensible y coherente que en plena Guerra Fría Indy se vea con los rezagos de un colesterol no controlado. La película sigue. Qué rica Cate Blanchett, aunque sea la mala. Aunque mejor está Mutt. Ya, ya, es Shia laBeouf -¿en qué otra película lo he visto?
Hay algo escalofriante en todo esto. ¿Qué hacen los mayas del otro lado del Amazonas? ¿Ésa es arena movediza? ¡Cuidado con las hormigas come hombres! Ni me acordé de la Calavera de Cristal; me fijo más bien en todas las sandeces esas. Indy es arquélogo. Pareciera que viajamos por la mente de Oxley, el ex-colaborador loco. Las imprecisiones son brutales. Ahora, encima de solo y asqueado, me siento burlado.
Pero hay más. ¡Volvió Marion! Sí, la chica simpaticona y delgada de antaño que salió en En Busca del Arca Perdida. Y lo mejor (¿?) es que se trata de la actriz original.
¡Mucha vaina! Soviéticos con afán de dominio, gringos paranoicos, agentes dobles, triples, un loco, tres locas más y una calavera que habla y sabe más que el arqueólogo que piensa que las líneas de Nazca son mapas. Creo que Alan debería incentivar el turismo, porque a nivel mundial existe una ignorancia terrible sobre nuestro país. Como cuando Indy llega al ¡Aeropuerto de Nazca! Con gallinas, mismo aeródromo de narcos chicanos y con un fondito musical ¡mexicano! La mejor es está: Indiana y su improvisada pandilla llega a un mercado. Ven los letreros peruanazos que dicen “Papa yungay, guán luca el kilo”.
-¿Qué idioma es este, guachín?
-Es quechua (¡!) Lo aprendí porque luché al lado de Pancho Villa (pronúnciese ‘vila’).
Ah, ya.
La película termina. Krushev en retirada y Marion e Indiana casados. Créditos. Me voy asao’.
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