Imagen: http://devilhobbie.deviantart.com
En los últimos 60 años de nuestra historia se han producido aproximadamente 140 guerras en todo el mundo y han muerto no menos de 13.000.000 de personas. La incógnita que salta a viva voz es la siguiente: ¿En algún tiempo las guerras terminarán? Dudo mucho que eso ocurra.
La búsqueda del poder, el hambre por el dinero o el afán de predominio de idealismos febriles parecen no dar licencia. Aunque las guerras parecen ser la forma más correcta que los seres humanos tenemos para mostrar nuestra imperfección; existe la necesidad de comprender las razones de su origen, entender la dimensión de los hechos y, sobre todo, conocer sus lamentables y sangrientas consecuencias.
Una segunda incógnita nos atrapa de forma instintiva: ¿cómo comprenderemos, entenderemos y conoceremos todo esto? Pocos son conscientes de la verdadera respuesta y muy pocos le dan el real valor que se merece, esto es: el periodismo de guerra.
Allá por 1895 y a raíz de la Guerra entre Cuba y Filipinas, el mundo tomó consciencia de la gran influencia que podían tener los medios de comunicación en la opinión pública. Es por ello que el periodismo de guerra asume un rol trascendental, no sólo por la importancia de su información sino también por lo arriesgado de su labor.
“Territorio Comanche” es la prosa que mejor ilustra la afirmación antes mencionada. Esta novela-reportaje nos muestra a la guerra desde una óptica brutal; y, a pesar que pocos periodistas de guerra se han atrevido a narrar los detalles de su labor profesional, el autor de esta obra, el periodista español Arturo Pérez Reverte, apela a la crudeza de su pluma para describir todas y cada una de las circunstancias que acompañaron por más de 21 años su labor como corresponsal de guerra.
La historia está cargada de hechos reales que la gente desconoce y mucho menos asume como ciertos, aún cuando la vida de muchas personas pende de un hilo, por así decirlo.
El tema desarrolla las aventuras de supervivencia y labor profesional de Márquez y Barlés que son corresponsales de TVE (Televisión Española), ambos un tanto ‘especiales’ y quizá demasiado afectados por ver la guerra. Pese a los años de experiencia, los personajes principales evidencian temor e inseguridad durante la cobertura de la Guerra de los Balcanes, de la ex Yugoslavia, desde donde informan los hechos sucedidos en la misma.
“Aunque no ves a nadie sabes que te están mirando. Donde no ves los fusiles,
pero los fusiles sí te ven a ti”
Enfocados en el análisis de la novela, nuestra tercera incógnita es: ¿Qué buscan en realidad estos reporteros? Según lo descrito, ambos poseen experiencia; sin embargo, lo que anhelan es una prueba, es decir una IMAGEN, pues no hay mejor evidencia de lo vivido y mejor referencia de lo informado que el estar ‘armado’ de algo refleje lo sucedido, es decir, de una imagen que por sí sola demuestre todo el caos, destrucción y matanza que está ocurriendo.
Los protagonistas de la historia se encuentran en Bijelo Polje, frente a un puente que representa el espacio simbólico de la trama y es el enlace entre los dos bandos que lidian en aquella guerra. La consigna de unos soldados era destruir el puente para que sus enemigos no puedan cruzar.
Márquez es el camarógrafo que a pesar de su cojera, obtenida en ‘batalla’, y mal carácter, siempre se muestra atento a filmar la demolición del puente, pues considera que será una imagen clave y no la clásica toma de un puente antes o después de ser derribado. Por su parte Barlés, culto y menos impulsivo, muestra una actitud precavida frente al estallido de los morteros y fusiles. Ambos eran el complemento perfecto que hacía frente al límite de peligrosidad del lugar y, pese a las discusiones que a menudo tenían, también compartían el gusto por ‘aquella forma de vida, y cierto sentido del humor rudo, introvertido y acre’.
De narración retrospectiva, la obra está almibarada de constante suspenso. Mientras se narran los hechos, no sabemos lo que pueda pasarles a los dos protagonistas, ya que están en medio de una zona de guerra.
Gran parte del relato nos lleva a historias explicadas por el narrador, que a modo de catarsis juega constantemente con el espacio y tiempo de la obra; aborda el tiempo real y rápidamente se toma la licencia de introducirse en los pensamientos de cualquiera de los protagonistas sin seguir un orden cronológico.
En la obra, el punto de inflexión es el siguiente: ¿cuándo se está lo demasiado lejos como para no conseguir una buena imagen, y cuándo se está lo bastante cerca como para morir a causa de una mina antipersonal? Irónicamente el autor describe este dilema como: “Lo malo de hacer shopping con morteros no es que te caigan demasiado cerca, sino encima”.
Sin duda, el periodismo de guerra es una de las especialidades más peligrosas de la profesión, puesto que requiere cubrir de cerca los hechos que se producen durante un conflicto bélico; no sentados cómodamente en los muebles de un hotel o esperando el momento preciso para presentar una cobertura a más de veinte kilómetros de la distancia de acción y conflicto real -aquellos intrusos sobran, aunque su propia mediocridad es la mejor evidencia de su escaso profesionalismo-.
“Las guerras parecen ser la forma más correcta que los seres humanos tenemos
para mostrar nuestra imperfección”
‘Territorio Comanche’ es una jerga del oficio militar que la obra presenta, pero para un reportero en una guerra tan despiadada como existente es ‘ése lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta… y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando. Donde no ves los fusiles, pero los fusiles sí te ven a ti’.
Los periodistas enviados para realizar una cobertura de guerra ponen en grave riesgo su vida e integridad física. Muchos reporteros han muerto durante el desarrollo de esta heroica labor y no olvidemos que delante de ellos están cientos de miles de víctimas inocentes y soldados que también son seres humanos. No se necesita leer los casos expuestos en la obra de Pérez Reverte para entender esto, sino acudir a la realidad de los medios de comunicación que a diario tenemos en nuestras manos.
Por: Franco A. Larios Martínez
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