Fuente: imagenyletras.blogspot.com
Teníamos las manos atadas, esposadas y sin embargo nuestros dedos danzaban, volaban, y dibujaban palabras. Estábamos presos y estábamos encapuchados; pero inclinándonos alcanzábamos a ver algo. Aunque hablar estaba prohibido en aquella cárcel, llamada pentagonito, nosotros conversábamos con las manos.
Tali Fuentes Aranda me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión aprendió sin profesor”
Algunos presos teníamos mala letra. Mientras que otros éramos unos artistas de la caligrafía- decía-.
Y con los dedos le contaba que la dictadura quiere que cada uno de nosotros fuéramos nada más que uno, que cada uno fuera nadie: no sólo en cárceles y cuarteles, sino en todo el país y en todo el mundo, la comunicación es delito. Sí, es cierto- me decía-: “comunicarse y decir la verdad es subversivo”
Algunos presos pasaron más de cinco años enterrados en solitarios calabozos del tamaño de un ataúd, sin escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores y no era raro encontrar el horno del pentagonito prendido a partir de medianoche y respirar menta y eucalipto en los alrededores, ya que eran las plantas encargadas de despistar el olor a carne chamuscada y quemada. El fuego no cesaba de arder hasta que los huesos se convirtieran en cenizas para luego ser recogidos en un costal y esparcidos en los jardines principales del cuartel del Ejército Peruano.
Tali Fuentes Aranda y yo Rodríguez Mendoza Freddy, condenados a esa soledad, nos salvamos, porque pudimos hablarnos, con golpecitos, a través de la pared.
Así, en esa cárcel, llamada pentagonito, nos contábamos sueños y recuerdos, amores y desamores, alegrías y tristezas; discutíamos, nos abrazábamos, nos peleábamos; compartíamos certezas y bellezas y también compartíamos dudas y culpas y sobre todo preguntas de esas que no tienen respuesta.
Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, la voz humana habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, tenemos siempre algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser oída por otros para ser celebrada o juzgada.
Teníamos las manos atadas y sin embargo nuestros dedos danzaban dibujando palabras que decían: somos cómplices presos de una dictadura.
Teníamos las manos atadas, esposadas y sin embargo nuestros dedos danzaban, volaban, y dibujaban palabras. Estábamos presos y estábamos encapuchados; pero inclinándonos alcanzábamos a ver algo. Aunque hablar estaba prohibido en aquella cárcel, llamada pentagonito, nosotros conversábamos con las manos.
Tali Fuentes Aranda me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión aprendió sin profesor”
Algunos presos teníamos mala letra. Mientras que otros éramos unos artistas de la caligrafía- decía-.
Y con los dedos le contaba que la dictadura quiere que cada uno de nosotros fuéramos nada más que uno, que cada uno fuera nadie: no sólo en cárceles y cuarteles, sino en todo el país y en todo el mundo, la comunicación es delito. Sí, es cierto- me decía-: “comunicarse y decir la verdad es subversivo”
Algunos presos pasaron más de cinco años enterrados en solitarios calabozos del tamaño de un ataúd, sin escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores y no era raro encontrar el horno del pentagonito prendido a partir de medianoche y respirar menta y eucalipto en los alrededores, ya que eran las plantas encargadas de despistar el olor a carne chamuscada y quemada. El fuego no cesaba de arder hasta que los huesos se convirtieran en cenizas para luego ser recogidos en un costal y esparcidos en los jardines principales del cuartel del Ejército Peruano.
Tali Fuentes Aranda y yo Rodríguez Mendoza Freddy, condenados a esa soledad, nos salvamos, porque pudimos hablarnos, con golpecitos, a través de la pared.
Así, en esa cárcel, llamada pentagonito, nos contábamos sueños y recuerdos, amores y desamores, alegrías y tristezas; discutíamos, nos abrazábamos, nos peleábamos; compartíamos certezas y bellezas y también compartíamos dudas y culpas y sobre todo preguntas de esas que no tienen respuesta.
Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, la voz humana habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, tenemos siempre algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser oída por otros para ser celebrada o juzgada.
Teníamos las manos atadas y sin embargo nuestros dedos danzaban dibujando palabras que decían: somos cómplices presos de una dictadura.
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