Del hampa a leyenda urbana

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Algunos hechos de la vida de John Cruz Arce,, alias “ John Pulpo”; cabecilla y estratega de la banda de delincuentes “Los 80 de la Esperanza”, ocuparon la atención de las autoridades cuando, en una reunión a la que asistieron las diversas personalidades del alto mando policial, municipal y Ministerio Público; se habló de la necesidad de montar un operativo que culminara con la captura o muerte de este personaje que ha sembrado terror en las mentes de la población trujillana. Al principio el nombre de Jhon se mencionaba junto con el de los demás cabecillas de las otras bandas organizadas de nuestra ciudad. Quien asumió toda la responsabilidad de tal acción fue el general de la policía en la región La Libertad, Octavio Salazar, tras hacer un minucioso estudio y seguimiento de los actos del “Pulpo” y su familia. Los documentos otorgados por el Centro de Inteligencia Nacional (CNI), aportaron nuevas luces sobre los asaltos realizados a la caja municipal y, lo que era más importante, el próximo golpe que daría al Banco Continental ubicada en la quinta cuadra de la avenida Larco, al costado del Instituto Cultural Peruano-Norteamericano (ICPNA), lo que alejó toda posibilidad de herrar al momento de realizar el operativo, sólo Dios podría hacer que su captura no se concretara. Finalmente cuando se dieron a conocer las cartas del Estratega dirigida a su compinche y mano derecha, Julio Accinelli, alias “Toti”, la votación por su captura fue unánime y de urgente proceder.
Jhon, llamado el “Pulpo” por su mirada penetrante que le otorga la forma peculiar de sus ojos sobresalidos, acosados por las famosas patas de gallo, es hijo de un campesino cajamarquino, que vino a residir en nuestra ciudad obligado por la sequía que sufrió el país en la los años 40. En esa época nuestra ciudad gozaba de una creciente y fornida economía movida por los motores de la industria azucarera. El hábil campesino se despreocupó de la educación de su hijo. Las oportunidades de hacer dinero fácil lo tentaron y decidió seguir el camino de la delincuencia. Su padre fue su maestro, éste no pasó de de ser un delincuente callejero; el pupilo, sin duda, ha superado a su mentor. Bajo la influencia de su padre y los pandilleros de la zona, Jhon perdió todo vestigio, si lo tuvo algún día, del amor al prójimo y la valoración de la vida. El Estratega a los ocho años de edad aprendió de las calles a usar la ley de la selva, sólo sobreviven los más fuertes.
El general Octavio se dirigió a su despacho a coordinar el operativo denominado “Sí se puede”, por su parte el burgomaestre César Acuña Peralta, abordaba una camioneta Bosh del año de color negro con lunas polarizadas y faroles inteligentes que salen de su interior cuando la luz ambiente agoniza. Quién sabe cuál sería su destino.
Pasado las dos de la tarde me dieron la orden de ponerme el chaleco antibalas, coger mi revólver mágnum calibre 38 de largo alcance, y subirme al patrullero. Las demás instrucciones se me dieron en el trayecto a lugar del asalto. No me encontraba ni física y sicológicamente preparado para este operativo. No estaba enterado a donde iríamos y a quien teníamos que arrestar. Sólo sabía que tenía que cumplir con mi deber.
Llegamos a la cuadra cinco de la avenida Larco. Fuimos recibidos cordialmente por el fuego enemigo. Segundos antes de bajar una bala impactó en el ducto de aceite, inhabilitando el vehículo. Nuestra posición no era la más acertada, estábamos a 50 metros del lugar y desde ahí sólo podríamos esperar pacientemente la llegada de más efectivos policiales. Una ráfaga de bala se apoderó del patrullero convirtiéndolo en un cernidor. Dos minutos más tarde las sirenas de los otros patrulleros se dejaban oír y mi corazón aliviado dejo libre un suspiro acribillado por el miedo, porque sabía que esta jornada sería muy larga. Lo que no sabía era que si esa noche volvería a mi casa y ver una película acompañada de una cerveza helada.
Mi general cogió el alta voz: “¡Jhon, ríndete, hemos puesto un cordón policial por toda la cuadra! ¡Tienes derecho a un abogado! ¡No permitas que se derrame ni una sola gota de sangre! ¡Te garantizamos que no abriremos fuego si es que tu no nos incitas a hacerlo!”.
Sabíamos que no había rehenes, eso facilitó la labor de la división Delta de la policía, especializada en allanamiento de lugares infestados de asaltantes o terroristas, los Delta hicieron un forado en la parte posterior del edificio y de inmediato se introdujeron en él. La tensión era evidente en los alrededores. Los vecinos fuero evacuados de la zona para garantizar su seguridad y no perjudiquen el operativo policial. Cinco minutos más tarde de la intromisión del escuadrón Delta, se escucharon disparos, dos para ser exacto. El cuerpo del delincuente más osado de nuestra historia, yacía en el piso boca abajo, un certero disparo en el ojo, traspasó su cráneo e hizo que su corazón dejara de latir antes de que su cuerpo haga contacto con el piso verde y frío del Banco. En esos momentos un hombre se convertía en leyenda, ejemplo para algunos, miedo para otros e impotencia para quienes alguna vez trataron de capturarlo.

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