“Una Historia de Terror en Barrios Altos”

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DIECIOCHO AÑOS. La sangre de las victimas de la terrible matanza en barrios altos continuan clamando justicia


Un 03 de noviembre de 1991, 6 a 10 individuos fuertemente armados con pistolas ametralladoras y con los rostros cubiertos con pasamontañas asesinaron cobardemente a balazos a 15 personas, entre ellas un niño de 8 años. 4 personas quedaron gravemente heridas, pero lograron sobrevivir al crimen.

Ya han pasado dieciocho años desde aquella tragedia que conmocionó no sólo al pueblo peruano sino al mundo entero. Dieciocho años de la época de terror donde un todopoderoso hacía y deshacía a sus anchas, en un país que derramaba lágrimas de sangre ante un mar de victimas, cuyas memorias siguen esperando pacientemente un rayo de justicia frente a tanta crueldad. Hoy los testigos y familiares miran detrás de un cristal con ojos desgarradores a ese hombre que hoy dice quería salvar al país del terrorismo y declara: “¡Soy inocente!”.

Nos interesó conocer lo que realmente ocurrió aquel fatídico día, cuando entonces tan sólo teníamos unos cinco años y la inocencia no nos permitía ver más allá de los juegos y nuestras fantasías.
Los vecinos de la Quinta del jirón Huanta 840, Barrios Altos, decidieron unir fuerzas; entusiasmados esperaban recolectar fondos para reparar el desagüe del lugar y para eso vendieron las tarjetas respectivas…GRAN POLLADA BAILABLE, decía, una de las tantas tarjetas que llegó a manos de Natividad Condorcahuana. Ella vivía en el distrito de Villa El Salvador, trabajaba como vendedora ambulante de yerbas medicinales y fue invitada por su cuñado a esta actividad sin presagiar lo que sucedería; y la llevaría a vivir momentos de terror que quedarían por siempre grabados en su memoria.
Dentro del local, “Nadie bailaba, solamente tomaban licor y conversaban”, dijo Condorcahuana. Esta se topó primero con su cuñado, quien la invitó a brindar con un vaso de cerveza. De pronto, vió caer a su esposo al suelo y pensó que se estaba peleando con algún invitado. Se acercó y lo ayudó a sentarse en una silla. Pero, tenía la cabeza rota y estaba sangrando. En ese momento se percató que había ingresado un grupo de gente extraña.

Afuera todo parecía tranquilo, de repente una voz dió luz verde. "Se da la orden y bajan los agentes, en el callejón me pongo mi pasamontañas y cojo mi arma, entro por la mano izquierda, nos distribuimos en forma de L para controlar toda la habitación”, refiere el Suboficial Técnico 1º Ep, Fernando Lecca Esquen.


Un profundo silencio se apoderó de aquel lugar. Uno de los militares les advirtió que era un operativo de rutina y que no les iba a pasar nada si obedecían las órdenes. Esto provocó que varios de los vecinos empezaran a protestar, de repente… todo comenzó.

- ¡Agáchense carajo! ¡Terroristas de mierda, ahora van a ver!, ¡todos al suelo!- gritó un oficial enfurecido

-¿Qué pasa jefe?, dijo Manuel Isaías Ríos Pérez, líder del callejón, quien salió al encuentro de tal grupo, pero una ráfaga de municiones lo impactó.

Eran unas diez personas, dos de ellas con el rostro cubierto, algunos vestían abrigos largos y otros, ropa militar. -Recordó Natividad.
Habían llegado en dos camionetas con circulina, un Cherokee negro y una Mitsubishi azul. Se estacionaron en la puerta de la vieja Quinta y en medio del bullicio y la algarabía nadie se percató de su inesperada llegada.
En medio de los disparos, Natividad recibió una bala en la sien y varios impactos le destrozaron el muslo derecho, mientras caía inconciente escuchó la voz desesperada de un niño:


- ¡No maten a mi papi!- sollozó, el pequeño Javier Ríos Rojas.

- Por favor, déjenlo ir, es un niñito- suplicó el padre ahogándose en llanto.
Los asesinos eran más feroces que las bestias. No escuchaban los ruegos de nadie y apretaron el gatillo. El pequeño recibió once impactos y cayó junto a su padre en un último abrazo hacia la eternidad.

Los gritos desesperados de la gente hicieron que los vecinos se asomaran por los balcones del segundo piso de aquella vieja quinta, pero los torbellinos de balas los hicieron huir en busca de protección. El infierno se había desatado en Barrios Altos, a cargo de los sanguinarios verdugos reconocidos después como el Grupo Colina.
Este grupo actuó con ensañamiento y pasmosa sangre fría, “Los asesinos se acercaron a las víctimas para saber si alguien quedaba con vida, subieron a los cuerpos, saltaron sobre ellos, los chancaron con golpes de culata en las cabezas y el tórax. Al ver que no reaccionaban, seguros de que ya no quedaba nadie con vida, se marcharon satisfechos”, relata el periodista Efraín Rúa en su libro “El crimen de La Cantuta”.

Se va a realizar un pollada- parece que son de esos malditos pendejos terroristas; tengo una tarjeta, comandante- dijo Nicolás Hermoza Ríos, ex jefe de las FFAA y del Ejército

Muy bien voy haber a los superiores si nos dan permiso para intervenir, respondía Martín Rivas, quien fue a ver al asesor del todopoderoso. Quien dicto su sentencia: “sácales la mierda" y extermínalos.

Rivas quien lideraba este grupo sanguinario cuya ferocidad iría en aumento conforme se desarrollaban los operativos secretos, se dirigió a la playa La Tiza para entrenar y preparar el operativo. Ensayaron 8 días, luego escogió el equipo de asalto de diez o doce agentes. “Los agentes de contención y seguridad salieron temprano. A mí me dieron la misión de controlar a los asistentes a la pollada. Salimos de la playa en dos camionetas. Cuando ingresamos en el jirón Huanta por el ruido y porque estaban tomaditos nadie me hacía caso", así que mi presencia y la del agente Abadía quien daría la luz verde para el operativo, era desapercibida. Recordaba Héctor Gamarra Mamani, ex suboficial de tercera y miembro del Grupo Colina.

-Los agentes seguíamos esperando en las dos camionetas. Abadía salio y volvió a entrar a la reunión. Retorna otra vez y le dice a Rivas, ¡Este es el momento para ingresar. – comandante!

-Espera un momento – tengo que esperar una llamada de mis superiores, responde. En instante recibe una llamada al celular, levanta la mirada y dice: ¡hay luz verde, vamos a entrar!

Los agentes ingresaron a la Quinta; en la puerta había un niño que preguntó:

- ¿Quiénes son?

- Los de la orquesta- dijeron los agentes. El niño ingresó detrás de nosotros, recordó el ex suboficial.
Sólo íbamos a capturar a los posibles terroristas, pero se nos dio la orden de exterminarlos, y teníamos que cumplir. Todo sucedió muy rápido, estuvimos ahí unos cuatro o cinco minutos, luego salimos; pero Wilmer Yarlequé (otro agente), se estaba demorando y entré a ver qué pasaba. Lo encontré rematando a las víctimas y en ese momento mató al niño cuando intentó proteger a su padre.
La “pollada” para el destacamento Colina se trataba de una reunión de mandos senderistas para captar fondos, algo que nunca pudieron probar. Esa noche murieron 15 personas y 4 sobrevivieron, En la escena del crimen se encontraron 111 cartuchos y 33 proyectiles del mismo calibre con que los victimarios arremetieron a sus pobres victimas, un hecho repudiable que aun sigue causando estupor. Un hecho que no debe, ni puede volver a suceder.
Las victimas fueron llevadas al hospital de emergencia, entre ellas la señora Condorcahuana y su esposo fueron trasladados al hospital 2 de Mayo. La señora fue interrogada por la policía y se estableció que ni ella ni su marido eran terroristas, no ha podido volver a trabajar y su vida cambió radicalmente, pues sufre de una lesión permanente en la rodilla por lo que camina con dificultad. Hasta el momento no ha recibido ningún apoyo del Estado.
Ahora el ex mandatario quien financió y apoyó a este escuadrón de la muerte, embriagado de poder y sangre, deberá responder en audiencia pública sobre este y otros hechos de barbarie, frente a su ex asesor, Vladimiro Montesinos, quien dice que sólo obedecía órdenes del dictador. Esta es la historia que ha dejado y deja una herida que sigue abierta, por que la sangre derramada inocentemente sigue clamando justicia.



Por:


- Alexandra Alvitez León
- Carolina Moreno Plasencia
- Karen Solís Julca



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