Destruyendo un mito

El caballo de fuego.- Fortín desde el cual me atrichero para desafiar el patricarcalismo.



Cuando descubrí la existencia de los Feminismos tenía quince años. Desde niña fui rebelde con respecto al rol opresivo que se me exigía acatar, nunca me creí eso de que las mujeres eran débiles o de que el destino de toda mujer era casarse y engendrar hijos, mucho menos pensaba servirle a ningún hombre. Practiqué karate porque sentía la necesidad de focalizar mi rabia contra el mundo de la manera más relajante: golpeando gente. Me divertí mucho, practiqué este deporte cerca de siete años (desde los 13) y me moría de risa al escuchar las palabras de mi pobre tío machista "Por qué no estudias ballet, es más femenino" –tamaña infamia.

No se puede comparar a un ser tan sublime con uno tan opuesto tomando como modelo a éste último. No me considero feminista de la igualdad, o de la diferencia, o anarcofeminista, o ecofeminista, o feminista radical; considero que estas corrientes tienen postulados incoherentes, por cuanto toman al varón como modelo de referncia para definirse a sí mismas -craso error. Se debe destruir ese mito, la mujer constituye una otredad, no necesita ser el término débil de esta escuación. Tuve la suerte de poder leer el manifiesto SCUM de Valerie Solanas, y me pareció acertado en varios aspectos. Confieso que es extremista ya que sus vivencias personales influyeron decisivamente en el hecho de decir que todo padre desea sexualmente a su hija –porque efectivamente fue violada por el suyo, qué bonito; sin embargo es considerado actualmente, por muchos movimientos sociales, como una de las obras feministas más representativas del siglo XX.

Virginia Woolf y Elfriede Jelinek también están en la lista de las mujeres que abogan por una revolución social (ambas de pensamiento feminista). Jelinek es una de las más grandes escritoras de todos los tiempos; ganadora del Nóbel 2004 y polémica hasta los huesos, critica hondamente los clichés dentro de los cuales se desenvuelve la sociedad actual y el absurdo de sus prejuicios. Woolf, por otro lado se adelantó a su época, de eso nos damos cuenta claramente al leer su ensayo Tres Guineas: Vivimos en un mundo hecho a la medida del género masculino, ¿cómo es posible entonces que las mujeres podamos gobernar? Con extraordinaria lucidez, Woolf dice ser consciente de las trampas de la asimiliación y puede ver con claridad todos los simbolismos escondidos en la cultura patriarcal (el apellido, el dios –con minúscula, lo que hoy estaría encarnado en el fútbol, en las lavadoras en oferta en el día de la madre, en los comerciales que enarbolan la labor de madre-sirvienta-esposa abnegada-sacrificada y toda esa infamia, la manera como nos expresamos para hablar de todos los seres humanos -LA SER, LA SER HUMANA, LA SUJETA, TODAS, todo ello refuerza la subordinación del sexo femenino).


A lo largo de la historia las mujeres se han caracterizado por asumir el papel de las no reconocidas, de las que luchan anónimamente. Eso debe cambiar, para ello es necesario quemar muchos paradigmas perniciosos; es necesario castrar al paternalismo pero ya.

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