Cuantas veces oí en hablar de consecuencia en los salones de la universidad. Muchos profesores pregonando la necesidad de cambios en las estructuras sociales y políticas del país. Oí hablar de la necesidad de líderes que defiendan los ideales de justicia, respeto y libertad. Algunos denunciaban a viva voz las desavenencias de los gobernantes de turno y en claro afán revolucionario incitaban a los alumnos a levantarse en lucha intelectual contra las nefastas decisiones políticas adoptadas por los gobernantes. Otros por su parte, preferían el silencio cómplice, asumiendo que el alumno va a la universidad para aprender y no para reclamar.
Eso recuerdo de aquellos días cuando aún iniciaba mis estudios en la carrera de Ciencias de la Comunicación. Y con especial afecto recuerdo a un profesor en particular, cuyo espíritu aguerrido contagiaba de entusiasmo a cuanto joven le oía cantar enérgicamente himnos revolucionarios que agitaban el corazón, pero que por infortunios de la vida (o más bien de la razón), no calaban hondo en el actuar de los alumnos.
Augusto Córdova, el insigne docente que llenaba de fervor patriótico los claustros universitarios; aquel profesor regordete a quienes muchos lo recordamos por sus airadas cátedras, en las que confluían conocimiento y espíritu, conforme a su convicción revolucionaria; marchaba acompañado de un cartel tristemente elaborado, pero con palabras tan heroicas como sus gallardo paso ante las fuerzas policiales. Efectivamente, era él, aquel 9 de julio de 2008 cuando aún dormitaban los radicales sindicalistas y los periodistas de turno descansaban plácidamente en un local cercano a la plaza de arma; Córdova marchaba airoso con su pancarta que decía: “Alan: Si tus balas no son de Juguete dispárame al corazón”.
Recuerdo que aquel día, la CGTP había convocado a un paro nacional en contra de la gestión del entonces presidente Alan García. La convocatoria, si bien fue masiva, no logró tener la adherencia esperada. Me recuerdo allí sentado frente al concejo municipal, grabando en mi rudimentaria cámara algunas tomas que me sirviesen de partida para un reportaje estudiantil. Grande fue mi sorpresa al ver llegar a lo lejos una pancarta abriéndose paso entre el silencio que imperaba, lanzando silenciosos reclamos audibles para todo aquel que llegaba a presenciar tal acontecimiento. Córdova llegaba con su sigilo mortal haciendo temer a los efectivos policiales, quienes no sabían cómo reaccionar ante tal demostración de arrojo y valentía.
-“Esto es un reclamo contra Alan García por tildar de cobarde al comandante Pérez por negarse a matar salvajemente a los hermanos de Huancavelica” – Habló Córdova.
-“No es comandante es General” – Le corrigió un efectivo policial.
-¡Ay Chucha!, la cagué. Pero igual protesto. – Respondió el docente.
Nunca olvidaré ese momento. Aquel profesor, tan conocedor de realidad nacional, la cagó; pero la cagó de buena manera. Entre el vacío que asolaba la plaza de armas, un hombre solo y consecuente marchaba en contra de un sistema que consideraba injusto. Yo no sé cuánta razón habrá tenido el profesor, lo que sí sé, es que aquel día me dio la mejor cátedra que he tenido en mi formación profesional: “No importa el poder de aquel que nos oprime, no importa los medios que tengamos para enfrentarlo, no importa siquiera si estamos solos. Lo que importa es decir con hidalguía: Aquí estoy, listo para entregar la vida por la libertad de pensar”.
Más tarde se congregaron en la plaza mayor miles de personas gritando al unísono arengas populares, clamando discursos ensayados. Pero estoy seguro que la voz mejor direccionada, aunque por pocos escuchada, fue aquel: Ay chucha la Cagué. Pero igual protesto.
Verónika Rodríguez(verrod)
Miguel Roncal
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