Quiruvilca: ¿Diente de Plata?

FUENTE: Fanny Selene Leyva Curi


El frío incomparable, la lluvia, el fuerte viento, el granizo, las pequeñas casas de adobe con techos de paja, todo aún sigue allí.

Las humildes construcciones parecían derrumbarse por los fuertes vientos, y el frío parecía calar hasta el fondo de cada choza.

La plaza yacía desierta, daba la apariencia de un pueblo muy triste y casi sin vida. Las calles lucían sucias, con cerdos alborotados, tratando de ganar una porción de basura para tragar. Los perros hambrientos y delgaduchos, también participaban del gran banquete.

Los niños y niñas permanecían en sus casas realizando labores encomendadas por sus madres, quienes a su vez solían preparar aquellos ricos manjares que sólo ellas saben hacer, aquellos panes de yema y bizcochos chancay, alimentos de dioses. Los señores de casa permanecían también en lo suyo, desde muy temprano se internaban en las minas, tratando de extraer las riquezas de las entrañas de su querido pueblo.
Todo para ellos era normal, hasta que llegado algún tiempo dieron cuenta que no todo era color de rosa. Sus niños empezaron a enfermar, la pobreza cada día se hizo más crónica, trayendo como consecuencia un caos dentro del pueblo.

Vieron pues, que había otro mundo fuera del suyo, un mundo mucho mayor que exigía más esfuerzo y preparación. Y que además de ello les prometía un mañana mejor.
En la década de los 70, muchas de estas familias decidieron partir de su natal Quiruvilca en busca de un futuro mejor, ya no para ellos sino para sus generaciones.
Así pues, decidieron romper con las barreras geográficas, pero no sólo con esas, también culturales.

Pero sin importarles nada, tan sólo el futuro de sus niños y niñas emprendieron esta aventura, aventura que pudo terminar en fatalidad. Así pues, dejaron su tierra natal y llegaron a Trujillo, a formar parte de la ya larga lista de Asentamientos Humanos, de la pobreza, de la marginalidad.

Sin más preámbulos, levantaron las primeras vigas de sus casas. Todos lucían felices y muy animosos, esperanzados. Pero, poco a poco dieron cuenta que ese sueño del futuro mejor se iba derrumbado ante sus ojos y ellos nada podían hacer. Aquellas esperanzas se tornaron difusas al comprobar que nada de lo que ellos esperaban y habían imaginado era cierto.

Sin embargo no todos corrieron con la misma suerte, un gran número de ellos se dedicó al comercio y otros tantos a estudiar en algún instituto o alguna universidad.

No cabe duda que tuvieron que ser muy perseverantes y lidiar con muchas cosas, dentro de ellas el racismo por su cultura, por sus gustos, por su pensamiento, por sus costumbres. Pero al fin y al cabo lo lograron, ahora son gente de provecho.
Lo lamentable es que de su natal Quiruvilca queda ya muy poco.

Al visitar a DIENTE DE PLATA uno puede escuchar a los cerros gemir y clamar ayuda, o algunas veces puedes oírlos conversar, y muy altaneros ellos dicen que podrán quitarle todo cuanto tengan en sus entrañas, pero que el pueblo morirá, sólo y cuando se le olvide.

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