Una realidad mortal



Un día, cuando estaba en los primeros años del colegio secundario después de retornar por la tarde para un ensayo mas en la banda, vi a un muchacho que por su porte y su corbata roja, pude distinguir que pertenecía a una promoción más que se iba. Su nombre era Anderson, bueno eso fue lo que alcance a ver disimuladamente. Parecía que estaba cargando todos sus libros. Pensé: ¿Por qué se llevaría todos sus libros, el primer día de la semana? ¿Con que libros resolverá las tareas durante la clase? Después de una corta respiración, me encogí de hombros y seguí mi camino.

Conforme iba caminando, observé a un grupo de chicos que corrían en dirección de él. Lo atropellaron, arrancándole todos sus libros de los brazos y empujándolo de manera que cayó al piso. Sus anteojos cayeron cerca de mí. El levanto su rostro, a pesar de sus grandes ojos miel, la tristeza yacía en ellos. Mi corazón se apenó por él, al ver una lágrima correr por sus mejillas pálidas. Mientras le entregaba los anteojos, le dije: Esos bravucones son unos tontos, paran todo el tiempo haciendo lo mismo con todos.
El me miro, y me dijo. ¡Gracias!. Había una sonrisa en su rostro, era de aquellos que muestran una gratitud sincera. Le ayudé a recoger sus libros y le pregunte donde vivía. Por coincidencia vivía cerca de mi casa y entonces le pregunté como no lo había visto antes. Respondió que no había pasado muchas semanas de haberse acabado de mudar.

Conversamos todo el camino de regreso a casa. Se mostró un chico bastante agradable. Le pregunté con alevosía pero en tono de ignorancia, si dominaba los números, yo ya sabía que recibiría como respuesta una afirmación, tantos libros de matemática no podían ocultar su interés en ella. Dijo que sí y sin que yo empezara decir una sola palabra me dijo, yo te puedo ayudar con tus problemas matemáticos. Y así que cada fin de semana me prestaba su ayuda incondicional.
Le gustaba escuchar la nueva melodía aprendida en mi lira. Mientras más lo conocía, más me gustaba su forma de ser, me contaba sus anhelos de graduarse como doctor, pero luego de pronunciar esas tres últimas palabras, siempre hacía una pausa y respiraba hondo, agachaba la cabeza. Por mi lado yo siempre respetaba su silencio.

Llegó el día de la despedida, el viajaría para estudiar medicina en una universidad de prestigio en la capital, y yo continúe en el colegio pues recién una corbata roja formaba parte de mi uniforme. Sabía que siempre seríamos amigos, que la distancia nunca sería un problema. Y no lo fue. Siempre mantuvimos contacto. No sé porque pero desde que lo conocí, intuía que necesitaba de una amiga.

Pasaba el tiempo y Anderson estaba ya cursando el tercer año, y yo acababa de ingresar a la Universidad Nacional de Trujillo. Los años pasaron, Anderson regresaba con su traje blanco y con honores. Regresaba y su familia lo esperaba y yo en medio de ellos. De pronto se escuchó el timbre, era él con sus ojos de miel con la enorme diferencia de que ahora tenían un brillo especial. Diferente.
Luego de mirar a todos los presentes, de aclarar su garganta, dijo: Agradezco a mis padres, aunque mi padre ya no esté aquí conmigo celebrando, pues él deseaba que me convirtiera en un gran doctor al servicio de la sociedad. Era uno de sus sueños, pero el cáncer me lo arrebató. Un mes después detectan a mi madre un cáncer posiblemente incurable. Mi mundo, mis sueños se derrumbaban. Perdí mis deseos de seguir viviendo, me quería ir yo también. Entré en una gran depresión, opté por quitarme la vida, pero alguien muy especial para mí, me hizo darme cuenta que soy muy valioso, que tengo que luchar pese a toda dificultad.

El había planificado suicidarse ese fin de semana. Les contó a todos que se estaba deshaciendo de sus libros que se encontraban en el colegio… pero una amiga especial sin darse cuenta me salvó de hacer algo innombrable.

Los estados depresivos orillan a los jóvenes a buscar una pronta salida a sus problemas. La psicóloga Jessica Cardenas afirma: “El suicidio tiene causas múltiples como: violencia intrafamiliar, el consumo de alcohol, drogas, carencia de la afectividad, la pérdida de algún ser querido, los desengaños amorosos, el fracaso escolar, serían circunstancias universales asociadas a los suicidios. La familia especialmente los padres, son la base afectiva que sostiene la vida de los jóvenes. Por ello, tienen una gran responsabilidad al entablar relaciones de calidad con sus hijos”

El suicidio es un fenómeno que sacude a toda la población en general, la impresiona y la golpea. Desde tiempos remotos fue transformándose en diferentes formas de manifestación, como los suicidios por sacrificios religiosos, pasando por los sacrificios en forma de protesta por un ideal, hasta el suicidio como forma de quitarse la vida por conflictos personales.

El suicidio es un hecho individual sumamente complejo, que ante ciertas situaciones los suicidas no son capaces de elaborar actitudes, alternativas ante la vida y la muerte

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